No escribo, ya tan solo paseo medio anestesiada por esta ciudad, ayer mía y en la que los espacios vacíos se mezclan con el barullo, las conversaciones entrecortadas de transeúntes y el arrollador sonido de voces, motos, coches y autobuses. Nada es lo mismo, o es lo mismo, no lo sé bien. Ha llegado lentamente, avisando, pero ha dejado la ciudad convertida en una especie de campo de batalla en la que han quedado esparcidos cuerpos de pobres mendigando, tiendas vacías, letreros de “se vende” en ruso, bicicletas por las aceras y lujo a todo color en anuncios y revistas que cuelgan en unos cuantos kioskos. Hoteles y más hoteles con ciudadanos que van y vienen ajenos a todo, arrastrando sus maletas, y sus conserjes en la puerta llamando a taxis que esperan en las esquinas hablando de fútbol. Chinos saliendo de alargadas y pintorescas limousines; ancianos heridos de tiempo y de nostalgia sentados en bancos de pintura desgastada. Aceras sucias, gente fumando en las puertas, gente fumando por la calle, jóvenes con cara de hastío y desánimo, jóvenes riendo ajenos a todo. Mujeres que conversan sobre el futuro de sus hijos en países lejanos, soledad que se pasea en miradas y rostros. Estoy en esa isla mía y miro, veo la ciudad aquella y mi memoria, como un regalo, me ha permitido recorrerla de nuevo sorprendida.
Ya no está la droguería Viçens Ferrer.
Estaba ubicada donde hoy se alza el mastodóntico Corte Inglés, ni la sala de fiestas que solo conocí de nombre por mis padres: Salón Rigat.
Tampoco está el antiguo Zurich cuyo remedo me parece incluso ofensivo y que nada tiene que ver con el original, ni los almacenes Sepu (hoy la Nike), ni El Siglo (ahora C&A)
Ni los Capitol (antiguos Almacenes Alemanes), donde pasé unas navidades trabajando, ni El Aguila que dio paso tras su incendio a un anodino edificio de viviendas.
Ha desaparecido La Vanguardia, en cuyo escaparate podíamos leer las últimas noticias (ahora lo regalan en el tren y en el autobús; esparciendo ideología, pura ideología). Queda tan solo la casa Palau, con sus maquetas de siempre y la algo modernizada tienda de zapatos Cadira. Desparecieron las tiendas de fotomatón... Ya en la Ronda, Catalonia también ha desaparecido.
Ya no están: la librería del Drgustore del Paseo de Grácia, Argos, Herder, la Librería Francesa, la Look, ni la Cinc d'Oros, ni tantas otras; tampoco librerías donde compraba mis libros de estudiante; la Bastinos, la Bosch y la Castells, han desparecido. La zapatería Vigares en Balmes/Ronda Universidad, que junto con Carol, hace años que desaparecieron, solo queda Manolita. Los Almacenes Tivoli, que regalaban un globo con un gato negro con cinco patas ya no están, está el teatro Tívoli, al que fui innumerables veces con mis padres.
El teatro Calderón, en el que viera tanto ballet y tanto teatro con mis padres, es un hotel de lujo. El cine Maryland, el Emporio, el Oriente, el Eslava, el Rex, el Novedades, el Rialto, el Windsor, tantos y tantos que ya no están... La cafetería Manhattan, en la calle Urgell, que fue un lugar de reuniones clandestinas a pesar de que, al parecer, el juego y las apuestas eran su principal atracción nocturna; la Gran Bodega, en Valencia/Aribau, que a pesar de haber ido solamente a tomar algún café, me fascinaba.
Los increíbles edificios que ya no conocí, como el café Colón.
lugar de reunión de intelectuales y artistas y durante la guerra civil edificio confiscado por el PSUC, entonces, comunistas.
El Gran Hotel que ocupaba el lugar de lo que era el edificio de aduanas del puerto, construido al parecer en un tiempo récord (69 días), para la Exposición de 1888, de Domenech i Montaner, padre del modernismo y destruido con la misma rapidez (me tocó clasificar una donación al Centro Excursionista de Catalunya, toda una institución , y me costó identificar la foto).
Así como la de “Tapioles y Pirretas”, una peletería que ocupaba un local modernista también desparecido. El salón Rosa, donde está hoy el Boulevard Rosa…
La Telefónica, ahora privatizada y sede de la CNT durante la guerra; el terrible deterioro en que se encuentra el que fuera edificio del sindicato vertical y ahora sede de los sindicatos. Los Almacenes Jorba y La Orquídea, en la que se bordaban a mano mantelerías y sábanas. La lencería Flapper...
Tan solo y no se sabe por cuanto tiempo, está la mercería Santa Ana, cuya forma de cobrar es igual que la misma de hace cincuenta años. El deterioro de los mercados municipales de Sant Antoni, del Ninot, de Sants...
El cine Urgell, recién desparecido.
La Avenida de la Luz, sorprendente galería subterránea bajo la calle Pelai. La Feria de Muestras, que nos indicaba el principio de las vacaciones de verano.
La editorial Regina, el acuario de la Barceloneta, con sus inmensas tortugas y las peceras llenas de peces autóctonos que dejaron morir sin más.
El restaurante Guría que un incendió devastó. Los tranvías, que los había de verano aunque no recuerdo haber subido nunca a uno de ellos. Los autobuses de dos pisos... La carabela Santa María en el puerto. La visita del Saratoga, hoy a punto de ser desguazado.
Algunas cosas habrán desaparecido para dar cabida a la modernidad, pero la gran mayoría desparecieron por la especulación y muchas han sido substituidas por la astracanada. Solamente hay que ver la duplicidad de tiendas con los mismos escaparates; la baja calidad de sus productos; la falta de atención para con los clientes. Lencerías con glamour que han dado paso a horteradas varias y repetidas en cada esquina, con el toque de mal gusto y de sucedaneidad.
Quisiera volver, pero no puedo. Recordando he retomado mi niñez, mi infancia perdida, mi adolescencia robada, mis sueños no cumplidos y que nunca se cumplirán, recuerdos y más recuerdos que ahora no puedo compartir. No es añoranza por lo que ha muerto, es congoja por lo que ha quedado vivo.