viernes, 10 de diciembre de 2010

Una foto antigua de boda.



Mis abuelos paternos.


Yo estoy de pie. Tú sentado en un vetusto sillón. Vas bien peinado y recuestas tu cabeza en mi pecho. Sostengo mi mano sobre tu hombro. Es una foto de estudio.
Llevo un vestido de seda blanco, es un blanco “roto”. Una pequeña guirnalda sujeta un velo que en una pequeña cascada cae hasta cubrir mis zapatos (de raso). Tú llevas un chaqué negro que contrasta con tu camisa y pajarita blanca (vas muy elegante). Mi otra mano (con guante corto), casi roza las tuyas que cruzadas descansan sobre tus rodillas. Tu pie sobresale bajo el velo que nos envuelve a ambos.
Estoy tensa, nerviosa. Tu cuerpo acomodado al mío siente mi temblor cercano.
Noto tu calor y me conmuevo. Me miras. El fotógrafo te recrimina el movimiento. Te contestan mis dedos que teclean suavemente tu hombro (intento no moverme no sea que todavía dure más esto).
¡Al fin! El fotógrafo nos pide paciencia. Esperamos un rato. Fuera está el coche. Es un coche negro discreto (no el que quería la familia). Tu no dejas de mirarme, de coger mi mano. Yo no dejo de mirarte como si fueses un milagro (¡estoy segura de que no puedes ni imaginar como te quiero!).
Me llega tu ternura en cada gesto y me embeleso. ¡Estás guapísimo!
Imagino inmortalizada para siempre esta imagen.
Me siento flotando entre la seda y el tul. Huele a azahar. ¡Todo está lleno de flores!
Tan sólo tengo un deseo: estar a solas contigo (aunque tenga miedo).
Quiero que se vaya mi madre y mi hermano, tus padres y tus hermanas. También mi padre que me mira complacido. Sé que antes, cuando te ha cogido por el hombro, como dándote la bienvenida, te ha dicho que me cuides. Yo no estaba tan lejos y lo he oído. Le he oído decirte que soy su mejor tesoro. Me saltaban las lágrimas. Lo has notado y te has acercado conmovido y me has besado las pestañas. Río. Te ríes. Me abrazas. Te enredas en el velo. Mi madre pide compostura. Tú reprimes la risa y de reojo me miras. Te acercas. Me susurras algo y yo me sonrojo a pesar de no saber casi lo que has dicho.
Te amo, eso creo que has dicho y un tremendo tiritón recorre mi espalda.
Estamos sentados, busca mi mano la tuya por debajo de la mesa.
Unos cuantos músicos tocan. Se emociona mi madre que llora desconsolada, se une la tuya. ¡Su único hijo varón!
Hay baile y mi padre con su exquisita mirada me toma en sus brazos y baila complacido. Me entrega a ti como si fuera todo un símbolo y te mira, con una mirada suplicante (me ha enternecido). Tu me tomas en tus brazos y me dejo llevar por la melodía... ¡Se para el mundo!
Todo es una ensoñación. Nada de lo que ocurre es cierto... pero recuerdo tu “sí” rotundo, y veo como vestigio del milagro la alianza de oro que luce mi dedo (la observo con orgullo).
Me arrastras a un rincón y me dices que no puedes más, que debemos irnos. ¡Qué por fin es nuestro el tiempo! Te digo que sí, que nos vayamos... que yo también tengo ganas de besarte (de nuevo me sofoco).
Mi madre me besa entre lágrimas advirtiéndome que tenga ¿serenidad?. Tu madre te abraza como si te perdiese. Mi padre nos dice adiós y me parece ver sus ojos enrojecidos.
Alguna de tus hermanas se ha quedado el ramo. No sé a quien o a quienes dejamos. Son ya solo figuras... gente. No me lo creo y te aprieto la pierna ya en el coche, acercándome todo lo que puedo como si quisiera fundirme. Como si aterida de frío (que lo estoy) quisiera ser tu pierna o tu brazo o tu cabello. ¡Me da igual con tal de estar contigo para siempre! Tu me abrazas nervioso. El chófer nos mira cómplice. Llegamos.
¡Es nuestra casa!. El coche se aleja discreto (no dijimos a nadie a dónde íbamos... conozco a tus amigos). Tal vez lo han supuesto (espero que no). Me coges por el hombro. Llevo el velo en la mano y la guirnalda y la cola y el vestido que se me pega ahora con el calor y el cansancio. Espero con una sonrisa trémula que torpemente abras la puerta (intentas mantener la calma, pero tu risa te traiciona). Me miras y me quedó en la puerta saboreando este momento. ¡Eres tierno como un niño!. ¡Te amo por tantas cosas! Amo tus ojos y tus manos, porque dicen sin decir. Te amo porque mis palabras y las tuyas flotan y se cogen al vuelo sin esfuerzo. Porque tu pensamiento y el mío se pasean por las mismas veredas. Te amo porque rezuman dulzura todos tus gestos. Te quiero porque adoras tu trabajo, esa entrega que me llega y me traspasa cada día (así deseo que sean nuestros hijos) Te sé guardián de lamentos, rincón de tristezas, incitador de ilusiones. ¡Cómo no ofrecerte mi cobijo! ¡Cómo no amarte!
¡Cómo no desearte como te deseo!
La puerta es grande y relucen los dorados de la mirilla y del picaporte. Tus brazos me cogen, me alzan por el aire y cierro los ojos y me siento flotando cogida a tu cuello... agarrada a mi vida. Peso poco. Tu dices que nada, pero que ahora estás tú para cuidarme. Me dejas con cuidado, como si fuera a romperme. Cerramos la puerta. Te deshago en silencio la corbata-pajarita. Tiene un corchete o una anilla, no puedo (no me reconozco). Me ayudas complacido. Te has quitado ansioso la chaqueta. Me besas el cuello y yo me quedo en tu oreja. No podemos seguir, el vestido me ata (son pequeños los botones). Pero no sé cómo te las arreglas (tú que siempre eres algo patoso) y el vestido se desliza suave y cae al suelo. Te quedas extasiado. Yo lo recojo pudorosa. Busco refugio en el cuarto de baño de la habitación (ahora nuestra, antes de nadie) Me apoyo en la puerta para serenarme un rato. Veo mi imagen en el espejo. Con la fina malla de las gotas de vapor de la bañera (¿quién debió llenarla?) es azul, como las baldosas que cubren la pared. Me desvisto lentamente... temerosa y ansiosa a la vez. Me quito las medias con cuidado. ¡Son tan finas!. Allí está la ropa que dejaron para mí. ¡Es precioso el camisón!. Hay una bata a juego y unas ligeras zapatillas, veo una flor (es un detalle tuyo, lo presiento). Al cogerla caé un sobre. Lo abro.¡Es tu letra! “ Se va el barco...y tú conmigo”. Te nombro...me contestas. Han dejado sales sobre la jabonera (esto es cosa de mi abuela, estoy segura). Estoy tan nerviosa que se derraman. Las recojo. ¡La toalla lleva tu inicial y la mía entrelazadas!. Está caliente sobre el radiador. Te oigo toser y pronunciar mi nombre. No me llamas, me nombras. Suena una música suave. Sólo oigo la música y mi nombre que repites como una invocación. Se cuela olor a cera por debajo de la puerta. Ralentizo los instantes. Cierro los ojos y te veo, el agua me acoge como un mar tranquilo, enseguida salgo. Hay un frasco de colónia me la pongo en las manos, huele a jazmín, me refresco. El camisón resbala frío y se pega sobre mi cuerpo todavía húmedo, es como un fino jitón moldeado por la humedad del ambiente. Poco a poco se va deshaciendo el vaho. Cierro la luz, me decido. Abro con sigilo...huele a rosas. Hay un gran ramo en la mesa. Tu estás aparentemente tranquilo, con un batín de seda. Llevas debajo un pijama gris (aunque a decir verdad poco me importa). Manoseas algo... ¡es la pluma! Es una pluma de concha antigua que me costó horrores encontrar (yo te dejé una nota metida bajo el capuchón). Sólo verme, cierras la luz. Hay un par de candelabros en los que arden lentamente unas velas. Parpadean sus llamas con mi presencia. La luz es tenue. Te acercas y me dejo tomar por tus brazos, sin protocolos. Me levantas el pelo y besas mi nunca y me dices que te ha encantado la pluma ....y que tú también me amarás siempre. ¡Qué estoy preciosa!. Te tapo la boca con un beso y me acercas a la cama. Es una cama enorme con dosel dorado. Veo que has quitado la colcha (¡eres único!). Me recuestas y me besas. Me dices que no tenga miedo, que confíe en ti. Lentamente me quitas la ropa y cada espacio que aparece lo señalas con tu boca poniendo un beso como estandarte. Van quedando fuera nuestras envolturas. Dulcemente (¡eres tan delicado!), noto tus manos reseguir mi cuerpo y tus labios que hablan y besan. Se detiene mi cuerpo todavía... hasta que soy yo quién paladea tu piel y tú quién queda inmóvil. Llega mi mano a tu boca y entonces la besas, juegas a morderla y es la señal para que me retomen tus brazos. ¡Qué placer notar tu cuerpo! Así no temo nada, tan sólo que pueda cesar tu latido. Que se paré tu corazón. ¡Eso es lo único que me espanta!. Aparto mi cabeza de tu pecho. ¡Pero todo tú eres latido! ¿Es tú corazón o es el mío? Me rodea tu piel por todas partes. Soy una isla. Tus manos dicen. Las beso. Estás a mi lado desnudo. ¡Todo mío para amarte!.  Tuyo también mi cuerpo en este instante. Y me llamas... ¡Cómo si reclamases al sueño despertarte!. Amor, estoy aquí. ¡No me tocas!. ¡No me sientes!. Son para tí mi piel, mi sexo y todo. ¡Recógeme en tus brazos que nada nos espera!. ¡Húndete en mi cuerpo que no sé dónde acaba y dónde empieza! ¡Envuélveme, rodéame, protégeme, cobíjame!... ¿De quién es este beso? ¿De quién las manos que se cruzan y se enredan?. Tu nombre es un eco del mío... cuando al fin se encuentran, son un aliento que se ahoga. Nadie nos oye, nadie escucha. Nuestro el silencio para hacerlo arena de nuestras olas. Poco a poco se acelera la danza. Se detiene, tal vez es para cerciorarnos de estar allí. Conduzco tu mano hasta mis labios para besar tus dedos y reclamar caricias en mi cara. Tu pelo está alborotado, deslizo mis dedos, asida a él te contengo un rato. El sudor es un surco, un riachuelo que atraviesa tu espalda, un torrente que recorre mi pecho. Paseo tus espacios. Te adentras en mis huecos. No tenemos prisa (me dices). Aprenderemos... la noche es larga. Yo jadeo agotada. Tu te ríes y empezamos de nuevo. Juegas al escondite con mi hombro y yo observo sorprendida tus vaivenes que reclaman los míos. Son como olas que se levantan de pronto y se alborotan por el viento. Tú eres la tormenta que me empuja, yo el aire que te abrasa. Yo soy el mar y tú la barca. Tu me dices que espere... y yo no puedo. ¡Eres tú quien me provoca! (lo mismo dices). Apartas mi mano que detiene la tuya. Me río y lloro y te abrazo y te amo. Tu complacido te dejas llevar por ese mar embravecido. Te dejas conducir por mi deseo y así acabamos sólo uno, repitiendo al unísono un “te quiero”. Y el dolor se vuelve grito y el placer suspiro. Los jadeos, las lágrimas, los llantos y los besos, el éxtasis perfecto.

En ese instante la vida me ha vencido y no me importa haberme muerto si puedo seguir por siempre contigo. Era ese día, el de la foto en que tú estabas sentado y yo de pie y te tenía entre mis brazos. Esto es lo que al menos yo recuerdo de aquella noche que no viví, aunque sea esta una foto antigua de mis abuelos.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La carta


Estoy oyendo tu voz al otro lado del teléfono y doblo, cuadriculo, manoseo lo que al parecer es un sobre dirigido a ti. Bien sabes que no soy curiosa, que siempre he respetado tu correspondencia, pero ahí, náufrago entre mis dedos está ese sobre. Sobresale con el toqueteo una hoja y en ella distingo casi sin darme cuenta una letra que por su redondez reconozco femenina.
Sé que no es azar lo que ha hecho el que esta carta llegue a mis manos. No es casualidad que esté abierta provocando su lectura como un desafío.
Lo que al principio me parecía un sobre cualquiera, deviene ahora una terrible afrenta. Me tiemblan las manos y me ha invadido un gran desasosiego. Has debido notar mi brusquedad en despedirme, con un “hasta luego” que no venía a cuento y he zanjado la conversación-
Es un día gris nada acorde a estos primeros de Julio, incluso he tenido que ponerme un jersey porque hacía frío.
Aprieto la carta con fuerza y voy a buscar mis gafas recién compradas. Apenas hace unas horas que he ido a recogerlas. Mi bolso está revuelto, te quejas siempre porque no encuentro nunca nada de lo que hay dentro. Me he acostumbrado a oírte refunfuñar cada vez que nerviosa busco las llaves. ¡Eres un desastre! me dices, pero creo que es una frase hecha que usas para dar tiempo a que yo abra la puerta y evitar así buscarlas tú.
Ayer pasé por delante de la tienda de antigüedades en la que viste aquel marco para el espejo que nos regaló tu madre y pensé que te haría ilusión tenerlo para tu cumpleaños. Mañana haré que lo coloquen para que cuando entres te lo encuentres dándote la bienvenida.
¡Que guapo estabas la otra noche con tu traje oscuro!. ¡Más de una mujer se fijó en ti! Te diste cuenta y me dijiste ¡Estás más guapa que nunca! Y yo enrojecí.
Mi pelo sigue siendo oscuro, pero ha perdido su brillo, aquel color azabache que tanto llamaba la atención. Mi cuerpo a pesar de que me cuido no es lo que era y aquellos cinco  años que antes no nos diferenciaban se abren entre nosotros como una profunda brecha, como un terrible abismo.
Hemos compartido momentos inolvidables; el nacimiento de nuestros hijos, tus premios, viajes..., pero también sinsabores; la muerte de mi madre, el accidente de mi hermano., la muerte de tu padre...
Tu no querías que dejase mi trabajo, pero poco a poco, a tu pesar y el mío, tu trabajo fue absorbiendo tiempo y espacio y encogiendo el mío. Sé que yo deje hacer …pero tú no hiciste nada para impedirlo. Tal vez yo me canse de ese pluriempleo de mujer y madre y fui arrinconando mi trabajo. Pensé que tan solo sería un breve tiempo, que así estaría cerca de Germán y de Natalia, pero sin darme cuenta han pasado los años y mi tiempo se ha perdido. Germán está en París acabando sus estudios y Natalia vive en Shanghai y cuando acabé en la Universidad ya no volverá a casa y se independizará.
Bien es cierto que he leído, que he aprovechado los ratos que me dejaban de asueto los niños, pero era en tu espera. Me doy cuenta que necesito quererte de diferente forma que tu a mi. Tu te has dejado querer, igual que sin querer se dejaron querer nuestros hijos, más por necesidad que por otra cosa.
He sido como un detective captando hasta el más pequeño detalle, estuve atenta al menor de tus gustos, mi felicidad quedó a la espera de la tuya y así supeditada dejó de tener esencia propia.
El otro día leías sentado en tu sillón y me tranquilizaba ver tu imagen relajada y serena con tu pipa humeante. Su aroma me dijo que estabas allí sentado. Te veía de reojo desde la cocina, alzaste la voz sin dejar de ojear el periódico y me preguntaste si necesitaba ayuda y me enterneció. ¡Pero pensé en lo poco que te costaba quererme!.
Volverás mañana y oiré el coche cuando lo entres en el garaje. Si es una hora prudente avisarás con el claxon. Este pequeño ritual se ha repetido a lo largo de estos últimos años. Antes, cuando los niños eran  pequeños corrían a darte la bienvenida. Siempre les traías algún regalo para compensar tu ausencia. Yo repasaba mi imagen, retocaba mi indumentaria y bajaba a tu encuentro. Ahora espero verte llegar para explicarte apresurada mi quehacer cotidiano y me siento absurda en ese monólogo que callas con un beso desganado.
Hace unos días llegó el extracto de la tarjeta VISA y me sorprendió el ver las elevadas sumas de un par de restaurantes. En ese momento pensé en una comida de negocios. Fue después que por un sexto sentido se despertó mi inquietud que achaqué a la edad, esa barrera que entreteje el sutil hilo del tiempo, esa telaraña que se enreda y que pegajosa te engancha. Me da miedo mirarme cualquier día al espejo y descubrirme seca y arrugada como esas moscas que veo debatirse sin suerte esperando ser devoradas.
Nunca te he controlado, bien lo sabes, nuestros hijos han absorbido la mayor parte de mi tiempo. La relación con Natalia siempre ha sido conflictiva, me ha dejado exhausta, agotada y solo esperaba tu llegada para pasarte la vez y que fueses tú quien cogieses las riendas. Tu sola presencia calmaba los ánimos. Siempre me tocó el papel de la mala de la película, a ti siempre te ha idealizado y contra mí y, pese a mi esfuerzo de padre y madre, ha arremetido buscando encontrar su identidad que apunta fuerte y dura como la tuya. Germán ha huido para no tener que soportar tus desaires, ese afán que has tenido siempre de ridiculizarlo.
El otro día llamaron por teléfono y, tan solo contestar y oír mi voz, colgaron. Al rato de llegar tú, sonó de nuevo y te apresuraste en cogerlo. Me dijiste que te llamaban del despacho y que tenías que ir, que se te habían olvidado “no se que papeles”, pensé en lo cansado que estabas y lo duro que debía resultarte.
La casa, el coche y un sinfín de cosas responden más a tus gustos que a los míos. A mi me quedó decidir el color de las paredes, el tono de las cortinas…No me reconozco en ningún rincón de esta casa. Ahora aferrada a esta carta me doy cuenta de que nada de lo que me rodea es mío.
A pesar de tener carné de conducir siempre coges tú el volante. A tu lado te miro, te observo y saboreo los únicos instantes en que estamos juntos sin que yo vaya arriba y abajo y tú estes ausente en tu ordenador.
Cuando llegas después de varios días de no verte, espero la noche arrezagada e inmóvil a tu lado, para no importunar tu descanso, pero espero como no imaginas, que tu mano llegue hasta mí, que me acerquen tus caricias y tus besos…para después en mi soledad, rememorar esos instantes y así olvidar que cada vez estás más distante y es más escaso tu cariño.
Te gusta tu trabajo, tal vez como a mi me gustaba mi carrera que tu nunca valoraste en exceso. Nunca entendiste que hubiese estudiado Arte. Sólo valoras las carreras técnicas como la tuya, por eso te metes siempre con Germán y no aceptas  que estudie Arte como yo.
A pesar de no entender nada de hormigón y de estructuras, te he escuchado mil veces, ayudándote a repasar tus informes y corregir tu inglés. Gracias a mi ayuda acabaste la carrera y así he sido cómplice de tus proyectos. Tus obras llevan algo de mí aunque mi nombre solo sea ese apellido adoptado que me ha hecho propiedad tuya durante mucho tiempo.
En los momentos que inquieto te duermes, vencido por la tensión y el cansancio me pego junto a ti sin dejar recovecos, me envuelvo en tus brazos olvidados temiendo que algún día me faltes…
He tenido que aceptar que tu cansancio sea más cualificado que el mío, y tu disponibilidad, directamente relacionada con tus múltiples preocupaciones, menos moldeable.
Me quema la carta, esta carta que como un talismán me ha hecho ver mi vida y que no me atrevo a leer.
Me he pasado media vida controlando cabezas en la playa y en el parque, demasiados años sin tiempo para mi. He pasado toda una vida esperando un mañana, inventando tu amor una y mil veces. Nunca me has dicho un “te quiero” incluso he notado que te agobia el que yo te lo diga. Te has ido alejando y de tanto verme no me has visto.
Me encargaré que el espejo esté en su sitio cuando llegues y te compraré aquel jamón que tanto te gusta y solo tienen en el centro. También plancharé tus camisas. Estos serán los últimos actos de amor que te dedico.
Nada dejo, nada me llevo. Tu carta está donde la dejaste nunca he sido curiosa y no voy ha cambiar ahora. ¡Tú tampoco!