jueves, 27 de agosto de 2020

La estación sin nombre.


Como las mañanas todas que amanecen solitarias,
con las manos vacías en las que resbala el tiempo, con miradas ausentes que hablan de ayeres lejanos, de barcos hundidos entre la niebla y el humo, de esa noche que espera paciente a que caigamos rendidos y pasemos cuentas de otro día con pena y sin gloria. Pienso cómo apearme en esa estación sin nombre y sentarme tranquila con el reloj sin horas, sin el pasado a cuestas, sin paisajes llenos de dolor ajeno.
Resbala la lágrima, otro día que empieza, otro día que acaba cansado de semblantes ajados a golpes de silencios cómplices.
Entre las sombras flotan abrazos perdidos que nunca se dieron,
besos que nunca llegaron, sin caricias, sin nada,
los muertos esperan.

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