Los vi alejarse como quién observa consternado como acaba su primer barquito de papel. Mojado y maltrecho, con la tinta emborronada por el agua, empapado su rudimentario puente, se desdobla, zozobra y se hunde ante nuestros ojos atónitos, ajenos todavía a desapariciones y fracasos. Era nuestro, era nuestro barco, ahora de nadie o suyo -no sé bien si la desaparición o muerte, aunque sea la de un barquito de papel le pertenece, o si la muerte o el olvido es nuestro también-
No los veré más pensé y un profundo dolor impregnó primero mis dedos, con un frío helado que paralizaba mis brazos y mi cuerpo, -nunca más- y el nunca, que jamás había tenido más dimensión que la de sus cinco letras, emergió como un terrible y aniquilador agujero negro que atrapaba vertiginosamente cualquier sensación y con su torbellino engullía incluso mis lágrimas.
Intenté durante un tiempo recordar sus gestos y sus caras, sus palabras y sus risas de tantos instantes, de tantos momentos. Sus llantos, sus temores, ahora olvidados. Cada esquina me trae el roce de un recuerdo y el desconcierto de no entender el porqué.
El barquito llegó a la orilla después de surcar el río, secó al sol y aunque desbaratado, sin puente navegó de nuevo airoso -seguramente acompañado de alguna hormiga- para llegar a la mar -que es también el morir de los barquitos de papel-
Ya no soy ajena a barcos que se hunden o se alejan o mueren o desparecen. Ya no soy ajena al dolor ni a la muerte y he podido saber de cansancio, de injusticias, de maldad y de odio, de envidias, de silencio -que es el arma más cruel que tiene el lenguaje- de engaños y mentiras, de soledad...y de lágrimas.
"Yo... he visto cosas que vosotros jamás creeríais...”
Pero su adiós sin palabras fue como ver hundirse mi primer barquito de papel.
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