Mirad qué he encontrado en una caja donde mi madre guardaba sus pequeños tesoros.
Retazos de su vida, poemas amargos, efemérides que ya nadie recuerda ni sabe, ni tan siquiera a quién o a quiénes corresponden. Poemas que solo yo reconozco, tan solo yo recuerdo su letra. Nada sabrán mis descendientes de su historia, si ni saben de la mía.
He descubierto unas postales, una pequeña carta de alguna amiga de mi abuela y rehago un poco sus vidas, ajenas ya a la mía.
Si que pregunté, pero ya no me contestaron y ya no están para hacerlo. Son letras descoloridas, pensamientos a salvo ya del tiempo y que a nadie importan.
Guerras y sinsabores ahora lejanos y en cambio tan cerca.
Sus vidas ahora son eso, fotos sin nombre, recordatorios de bodas, comuniones o muerte.
Están también unas cuantas postales de mis hijos y la letra angulosa de mi madre en algún desesperanzado poema.
Un par de fotos me han conmovido, las dos tienen dedicatorias parecidas.
La primera es de un joven vestido de militar y de nuevo he descubierto mi nombre, aunque no sea a mí a quién se la dedica. Aunque yo sepa ahora que ese para siempre fue un ahora y que lo fusilaron un 21 de agosto del 36; tenía 43 años.
La otra es una tarjeta dibujada a mano, con un canto roto y algo descolorida, pero la dedicatoria, aunque escueta y en un tono de humor, es parecida. Es de mi otro abuelo, delineante de obras públicas, que en un proyecto de un pantano cogió el paludismo. Fue a recuperarse a un pueblo de montaña, donde falleció al poco tiempo. Hay otras cartas, también escritas con plumilla y este dibujo a lápiz con el mar, el faro, esa delicadeza, esa ternura de su trazo...
No serán mías ni viviré su amor aunque lo reviva, pero esas frases si que estarán conmigo para siempre.
A todo se renuncia y se cierra el círculo y se levantan las murallas de la soledad con la vejez a cuestas.
Esto me espera y a pesar de saberlo se cierne sobre mí sin que pueda hacer nada.
Vuelven los mismos tiempos, pero el mío no vuelve. El mío me lo arrebataron y ahora ya no es ni recuerdo.
Lo he visto llegar con paso lento a veces. No hagas caso me dijeron, son cantos de sirena que alertan a los marinos de peligros invisibles. Pero los marinos no oyen, celebraban sus gestas con festejos y palabras. Cruzaron mares, con sus banderas al viento y los que sí veíamos las rocas, arrecifes y vientos que anunciaban las galernas, allí quedamos prisioneros del silencio, condenados a no ser oídos ni escuchados, a afrontar el temporal a solas.
Y los otros llegaron a puerto... ¡Y que puerto! Y fueron agasajados, cuando dejaron atrás todo.
Se ensuciaron con barro y les dio igual, se embrutecieron y olvidaron... ¡qué más daba!
Ahora, almirantes sin alcurnia, se lamentan.
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Precios.
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