martes, 3 de abril de 2012

V. Algo más que un beso.


Era como si de pronto se hubiese levantado el telón y estuviesen al descubierto los entresijos de la obra. El protagonista estaba ridículo sin su maquillaje y sus vestimentas, desnudo en medio del escenario y todo el encanto había desaparecido. Ya nunca por mucho que volviera a empolvarse sería el mismo.
Ahora me daba cuenta de la afectación de sus “te quiero” y la pomposidad de sus “te amo”. Todo había sido un montaje, todo un engaño.
Nada había cambiado y había cambiado todo. Me daba igual su amante o sus amantes. Me importaba mi tiempo, ese tiempo robado. No hay perdida de tiempo peor que el de la espera cuando no acuden a la cita.
Tal vez no fue la rueda, ni el golpe, tal vez fueron aquellos instantes de intenso miedo que me hicieron verme a mi misma.

Quizá murió la sombra o no, o tal vez vive agazapada aún en aquella ciudad fantasma habitada tan solo por los muertos. Pero yo no soy tan solo sombra, ni soy tan solo cuerpo y quiero algo más que un abrazo o una frase, algo más que un beso. 
Las noticias de la noche dijeron que habían localizado al conductor del coche. Que explicaba que había parado cuando tropezó con un bulto, pero que no vio nada, que tuvo que frenar porque no sabía que bajaban la valla y creyó que era el seto.
Dijeron que se trataba de una mujer mayor, que algún otro día la habían encontrado deambulando por allí. La habían llevado varias veces a un albergue, pero de nuevo volvía. No sabían su identidad porque iba indocumentada, tan sólo una alianza con unos nombres grabados "De MANUEL para ANA" y una fecha desgastada por el tiempo.

¡Tenía que ser ella! ¡Qué triste final!  ¿Qué haría por allí? Qué soledad la de los vivos, que aún estando vivos ya están muertos. A quién visitaría, qué familia tendría allí, qué triste soliloquio su final. A ella nadie la llorará, nadie notará su ausencia. Pero yo estaba viva, me había pasado la vida preocupándome de mis padres, de mis compañeros, cuando pensaba la felicidad cercana...¡vuelta a empezar! Había pasado el tiempo entre amantes y amigos, nunca ya tendría hijos.
Estaba harta de esa felicidad que produce el promover la  felicidad de los otros, esa felicidad que solo se posee de rebote y que queda siempre relegada a segundo término, esa de la que se nutren los egoistas. Esa, en la que encima te hacen un favor dejándose querer. Era hora ya de dejar ataduras y apegos y enfrentarme con la vida.
Me gustaba mi trabajo, pero estaba harta de mezquindades. Siempre tuve claro que la ética y el compromiso eran valores inalienables. No aceptaría nada que contraviniera mis principios, tenía que  salvaguardar esa pequeña parcela tan solo mía. Eso era vivir, disfrutar de mi felicidad y compartirla, no esperar que nadie me la ofreciese y menos aún que me la arrebatase. Vivir con la tranquilidad que da el razonamiento. Compartir y no depender de nadie. Tenía tiempo todavía.

Cambié la cerradura y le envié sus cosas a la consulta. Tenía que haberlo supuesto cuando posponía el vivir juntos. A pesar de los años con él, sentía ahora como si me hubiese quitado un terrible peso de encima. A su hija la veo de vez en cuando y su trato es cordial y agradable, espero que con el tiempo seamos buenas amigas. No soy la madre y eso es un tanto a mi favor. No lamento el no haber tenido hijos.

Sé que él vive con una mujer, no sé ni me importa si fue ella su amante. tal vez esperará como esperé yo que su amor lo cambie.
Me explicaron un día que la rehabilitación de los toxicómanos se intenta hasta los cuarenta años, a partir de esa edad se dan por irrecuperables. Carlos, si no lo recuerdo mal, debe tener ahora cuarenta y cinco.




Mi madre ha muerto. Tengo un terrible  agujero que me vacía el estómago, un dolor inmenso. Poco antes de morir, me ha hecho ir a recoger un paquete que tenía guardado en una caja del banco. Es una caja pequeña, dentro hay una nota escrita a mano en la que me explica que para ella siempre fui su hija, que no me habían querido decir nada porque no sabía cómo me lo habría tomado.  Que nunca encontró la ocasión para explicármelo, que temía  perderme, que no le guarde rencor. Qué mi padre no quería que lo supiese y no quiso traicionarlo. Hace escasos minutos que le he cerrado los ojos. Siento una inmensa tristeza. 
Al lado de la nota he encontrado una alianza envuelta en papel de seda con unos nombres;  “de ANA para MANUEL”.







IV.El tiempo robado.


-¿Se sabe algo de qué coche era?
- Creo que no se sabe, huyó o no se dio cuenta, me parece que lo están buscando. No le puedo decir más.
Tampoco yo les podía facilitar más datos, un coche grande... ¡Pero ni sabía la marca, ni el color!
Llamé por teléfono a mi trabajo. Que tranquila, que se había anulado el juicio. Me tomaba el día libre, ya se arreglarían sin mí. En casa nadie contestaba y llamé a la consulta de Carlos, no había llegado. La lluvia había limpiado el barro, probé encender las luces y funcionaban a pesar del faro roto. Me fui al bar a tomar un café y serenarme un poco.
Tenía necesidad de hablar con Carlos. Busqué las llaves y salí a buscar el coche y fue cuando me fijé en un detalle que no había visto antes. La rueda trasera que llevaba era la de recambio.
Esa rueda estrecha que llevan ahora los coches y con la que no puedes circular más de unos kilómetros. Esa rueda que solo sirve para rebajar costes sin que lo note el usuario. ¡Qué raro! Fijándome bien, también vi que el lateral trasero donde estaba la rueda de recambio estaba abollado, el golpe habría afectado a la rueda.
Abrí el capó, ¡la rueda destrozada!
¡Carlos! ¿Cómo era posible que hubiese tenido la cara dura de coger el coche sin avisarme? ¿Cómo era posible que no me hubiese dicho que le había dado un golpe?
Yo me había quedado dormida en el sofá esperándolo, no es mi costumbre pero había estado preparando el juicio y me quedé con el ordenador abierto. Cuando me desperté, lo vi ya metido en la cama y me había cerrado el ordenador y tapado con una manta... ¡el detalle me conmovió!  ¡Con el olor que traía! Debió llegar pasadas las tres...
Solo él tenía otra llave del coche, porque a pesar de tener el suyo, a veces cogía el mío por ser más pequeño y manejable. Yo no lo había cogido ayer porque no había ido al despacho, tenía gestiones que hacer en el Juzgado y por Barcelona es mejor dejarlo en el garaje.
Me llamó que acabaría tarde, que se le había acumulado el trabajo y que cenaría por allí cerca porque le habían propuesto montar un centro de estética. Carlos es dermatólogo y le interesaba mucho el tema.
Estaba indignada, si se pincha la rueda, allí me quedo tirada ¡y quien sabe si muerta si es a mí a quien atropellan!
Bueno, él sabía que tenía que coger el coche ¿Cómo es que no me había avisado?
Ni llamar al móvil para decirme algo. Lo mismo de siempre, una falta de respeto absoluto hacia mí. Visualicé al fin la pantalla, ningún mensaje.
Volví a llamar y Montse su enfermera me dijo amablemente que no sabía nada, pero que dejó aviso que tal vez llegaba tarde o no venía. Sabía que le hacía las suplencias Juan.
-Pásame con Juan a ver si sabe algo.
-¿Qué sabes de Carlos?
- Pues me pidió ayer que si podía pasarle la consulta y...
-¿Y la cena?
-¿Qué cena?
-¿No teníais una cena ayer?
- No sé... bueno a lo mejor fue con Javier, seguro que fue con Javier... bueno o con Sara, si tal vez fue con Sara...
-Qué pasa Juan, somos amigos... estoy muy preocupada, he tenido un contratiempo...
- ¿Qué te ha pasado?
- Nada, no te preocupes; un problema con el coche.
-Debe estar en casa, igual no contesta el teléfono.
-Tu sabes algo... ¿qué pasa?
- Mira tengo que dejarte, estoy atendiendo a un paciente, tranquilízate, ya hablaremos.

Solo quería alejarme de allí. Con tranquilidad me plantearía qué hacer y qué decir, estaba demasiado nerviosa.
Llegué a casa y me quedé bloqueada en el aparcamiento sin saber hacía donde girar. El vigilante se acercó.
-Deje, que hoy la veo alterada. ¿Qué le ha pasado al coche?
-Nada de importancia; ya sabe, la lluvia...
-Ya se lo aparco yo, si quiere le dejo las llaves a mi compañero cuando me vaya.
Se lo agradecí y tomé el ascensor. Las manos me temblaban, estaba helada.
Nadie en casa, la cama deshecha y ni rastro de Carlos. Nunca lo había hecho antes, ni con él, ni con nadie, pero cogí sus trajes y uno a uno fui vaciando los bolsillos. Poca cosa por el momento, unos "kleenex", un encendedor plateado, un bolígrafo propaganda de unos laboratorios, una muestra de crema de protección solar, ¡una cajetilla de papel de fumar! ¡una caja de preservativos medio vacía!
Carlos tuvo claro que con una hija era suficiente y hacía años que se había hecho la vasectomía por lo que conmigo no utilizaba preservativo alguno. A mi me había dado pena un tiempo, pero después lo fui aceptando y más viendo los problemas de su hija con su madre.
¡Qué tonta! Estaba cansada, aturdida y consternada. Puse el televisor para oír las noticias, pero eran las doce del mediodía y pocas noticias daban. Me tomé el primer tranquilizante que encontré.
Estaba rendida y me tumbé en el sofá. Me despertó su mano que desabrochaba mi blusa y de un salto me senté.  Miré el reloj...¡eran las cinco!
-¿Qué te pasa?
-¿Que qué me pasa?¿Qué haces a esta ahora aquí?
-¿Y  tú? ¿No tenía un juicio hoy?
- Ahora desvía la conversación...
Lo han aplazado, pero no creo que te importe mucho...

-Me han dicho que me has llamado, no he visto el móvil, estaba sin batería, he venido porque Juan te ha oído alterada.
¡Alterada!

 ¿Pero tú te das cuenta de qué me podía haber pasado si llego a pinchar con el día que hace? ¿Tú sabes el día que he tenido y todo lo que me ha pasado? ¿Dónde estabas?
-Bueno te estás pasando con tantas preguntas, ya me has hecho culpable de todo, no hace falta explicar nada.
-¿Cogiste mi coche?.
-Bueno, ¿y si lo cogí?
-¡Pero cómo puedes tener valor! Ha habido un accidente en el cementerio... casi me mato con el coche y descubro que tú...
-Ven, no seas tonta, estás nerviosa...
-¡No se te ocurra tocarme!
- Bueno ya volveré cuando estés calmada...
-¡Carlos!
Y sin más desapareció por la puerta.


¡No era posible que yo estuviera viviendo con aquel desconocido! ¡Que fuese el mismo que me decía  que me amaba y me quería! Jamás había pensado en mí, a bien seguro desconocía mis gustos y mis aficiones, solamente sabía dejarse querer.
Algo escondía y no sabía que era, pero me daba igual.

lunes, 2 de abril de 2012

III. Quién anda por ahí


Él entra más tarde a trabajar y no viene a comer porque dice que no le da tiempo. Sin embargo, yo he de dejarme el día antes la comida hecha porque tengo algunas tardes libres y me llevo los expedientes a casa. Él hace la cama y después de cenar se sienta ante el televisor absorto, con un vaso de güisqui... para relajarse.
Yo no salgo porque con este horario después me caigo de sueño. Él es lógico que salga de vez en cuando... pero un día volvió a las ocho y yo ya me había ido a trabajar. Quise tranquilizarme, mis compañeros me decían que seguro que si hubiese pasado algo grave me habría enterado. Al final me llamó una de sus colegas diciéndome que estaba con su marido tomando copas. ¡Me dio un susto de muerte!

¿Quién andaría a estas horas por ahí? ¡Qué haria ese coche allí! Algún amorio prohibido... ¡Pero no la dejaría en medio de la montaña! ¡Menos mal que desde aquí veo las luces de la autopista!
Debo estar histérica tampoco hay para tanto, si lo sabe Carlos encima me dirá que soy tonta. ¡Cuando sepa lo del coche le da algo!
Carlos tiene una hija de su primer matrimonio, a pesar de que apunta un tanto rara, debe ser la adolescencia, me cae bien porque es sincera y tiene inquietudes. Su ex-mujer es médico como Carlos, especialista de aparato digestivo, la conocí un día que coincidimos en un concierto, es muy poca cosa y algo desgarbada, pero muy dulce y tierna. Tiene la mirada triste.
Ya estaban separados desde hacía varios años cuando lo conocí.
Imaginé lo mal que se lo había hecho pasar Carlos con sus infidelidades y sobretodo “sus locuras”.
Carlos un día me dijo, así como quien dice algo natural, que era bisexual, pero que había sido una etapa de su vida, la de “las locuras” y que ahora había hecho una opción por mí.
Pero “esa etapa de su vida” fue un tormento para Carmen porque se relacionó con el marido de su hermana y también supe que con una de sus mejores amigas.
Yo de todo esto me enteré más tarde, cuando ya hacía algún tiempo que vivía con él y me había acostumbrado a sus besos y a sus abrazos. Pensé que mi amor lo había cambiado.
Siempre he sido muy liberal y difícilmente me escandalizo, pero me costó entender el morbo con el que me dio la noticia: “Soy medio hombre”
Yo creo que el sexo solo es una pincelada, que el lenguaje amoroso es algo más que sexo, que el amor es algo más que procrear y que en esa comunicación debe dar igual el sexo. A pesar de pensar eso, yo no me podría relacionar con una mujer porque me han educado así y ya es muy difícil cambiar.
Creo que hay hombres que tienen facetas femeninas y mujeres que las tienen masculinas, porque todo depende de los individuos. Así hay hombres con una sensibilidad exquisita y mujeres competitivas y activas; hombres con sentimientos maternos y amor hacía los niños y mujeres que no los tienen. Pero Carlos tiene esa sensibilidad puntillosa típica de determinadas mujeres y esa arrogancia y prepotencia atributo de los hombres; pese a ello creo amarlo con esa sinrazón que dan los sentimientos.
Carlos es a veces muy suave, pero otras me despierta de noche con su sexo y yo lo dejo hacer y le sigo el juego, dice que me quiere y eso me basta. Después ya no puedo dormir y me saltan las lágrimas pensando que me levanto tan pronto.
Creo a veces que le gusta sentirse mi dueño y poseerme y que lo hace para marcar su territorio. A veces me rebelo y pienso que no me quiere, que esto no puede ser amor.
La niebla se iba disipando y el cielo a pesar de estar gris, dejaba ver con nitidez las encinas y los robles, las enredaderas que enlazaban las copas de los altos pinos y la mullida alfombra de tornasolados colores que formaban las hojas caídas.
Decidí salir para ver los desperfectos e intenté poner grava bajo las ruedas y unas ramas. Solo un olor a goma quemada era por el momento todo lo conseguido.
Era difícil que alguien pasara por allí, pero se oía ruido de coches por la carretera y lo que seguramente era una ambulancia sonaba como un faro a lo lejos.
Me resultaba curioso oír sonar una sirena ¿Qué sentido tenía una sirena? ¿Qué urgencia tiene un cadáver? ¿Quién espera a un muerto?
Finalmente el coche se había deslizado hacia atrás y lo logré poner en marcha. Como pude deshice el camino y volví a la carretera.
Era ya otro el espectáculo. La claridad animaba el paisaje que ahora tenía más de parque que de tanatorio. Los árboles que bordeaban el camino estaban cargados de racimos de flores rosas que, como guirnaldas, adornaban el recorrido.
Decidí acercarme al recinto, ahora abierto, para llamar a mi oficina, les pediría disculpas... Llevaría el coche al taller y le pediría a Carlos que me pasase a buscar.
A lo lejos se veía bullicio y luces. Una patrulla de los Mossos desviaba la circulación.
¡Qué extraño! El corazón volvió a acelerárseme. Al pasar al lado del agente bajé la ventanilla y pregunté.
- Circule por favor ha habido un accidente.
-¿Un accidente?
- Si; por favor, circule.
Un coche mortuorio se había parado detrás de mí.
Recordé la muerte de mi padre. ¡Hacía casi veinte años! No era este cementerio sino el de la montaña de Montjuïc. Este todavía no estaba construido. No mira al mar su tumba como él quería, ni está a ras de suelo. Pero hace tiempo que sé que da igual la dirección que tengan los muertos. No he vuelto más. Solo fui aquel día que no llovía ni yo lloraba a pesar de estar inmensamente triste. Íbamos mi madre, mi abuela y yo.
El conductor, al parecer, tenía órdenes de ir el primero en la comitiva y así empezó la persecución del coche mortuorio, que no era de caballos como había contratado mi padre, sino un coche negro con una cruz y unos cristales oscuros. Tras azarosos adelantamientos, bocinazos, increpaciones a conductores y viandantes, el coche mortuorio se alejó de nosotros y nosotros nos desviamos camino del Prat de Llobregat llegando los últimos al entierro.
Recuerdo el terrible cemento con el que tapiaron el agujero y en el que mi madre hizo dejar su medalla.
- Circule por favor...
Un coche se aproximaba y uno de los Mossos llamó a su compañero.
- Es la Juez, déjala pasar
¡Un muerto!, ¡La Juez con seguridad venía a levantar un cadáver!
Me desviaron por la carretera que pasa por el cementerio judío y al final llegué a las oficinas y pregunté por todo aquel barullo que se había organizado. Una azafata de uniforme me atendió, me dijo que al parecer habían atropellado a alguien y que cuando ella había llegado acababan de encontrarlo. ,La barrera estaba rota y lo que parecía una figura humana tapada con una manta se veía en el suelo. 
La chica me explicó que creía debía ser algún familiar que habría quedado perdido por allí, ya se sabe, dijo..., algunos pierden el “oremus”, ¡igual la dejaron abandonada aquí,! comentó sonrojándose, perdone, era una broma de mal gusto, disculpe.
-¿Y el coche?. -Tal vez al hacer mal tiempo hay muchos que escogen este camino para evitar atascos. Era oscuro, tal vez no vio la barrera...

domingo, 1 de abril de 2012

II. El gazapo gris.




Me acurruqué muy cerca, sin hacer ruido y aproximé mis brazos lentamente hasta notar su piel caliente. Acomodé mis dedos a sus dedos y junté mi cara junto a su cuello y noté su respiración profunda. Su corazón latía deprisa. Me aparté temiendo por unos instantes que ese frágil engranaje se parase de pronto.
La luz de una farola resplandecía tras las rendijas de la persiana. La sábana dejaba al descubierto su espalda y con cuidado tire de ella hasta tapar sus hombros y mi cuerpo aún vestido. Sin darme cuenta el sueño me venció.
Desperté inquieta, alargue el brazo rutinariamente hacía el despertador que sonaba incansable. ¡Las seis era una hora inhumana para levantarse y además vestida!
A mi lado todavía dormido estaba él, seguramente dado el nivel de alcohol ingerido tardaría tiempo en despertar.
Me levanté como una autómata, me desnudé y me metí en la ducha, me vestí con lo primero que encontré. No tuve tiempo de tomar café y salí corriendo.
El coche respondió a la primera a pesar del frío, el ronroneo agradecido del motor me acogió confortable. Dueña en aquel pequeño reducto me sentía a salvo. Cerré con el seguro las puertas y decidí tomar el atajo del cementerio que era el camino más rápido para llegar al trabajo.
Lloviznaba cuando salí de casa y diluviaba cuando entré en el cinturón de ronda Los limpiaparabrisas no daban abasto en despejar el agua y un espeso vaho había empañado los cristales. Lentamente fui subiendo por la carretera y la lluvia cesó. Sabía que en la otra cara de la montaña siempre había bruma, pero esta vez era una espesa niebla que se tragaba la carretera intermitentemente; aminoré la marcha.
A esas horas de la mañana el cementerio estaba cerrado y tendría que sortear la barrera adentrándome por una pista forestal, pero tal y como estaba el tiempo podía quedarme embarrancada por el fango y me daba miedo. Estaba llegando al recinto. Las coronas y ramos se amontonaban en la pared contigua al crematorio. Vi los suaves gladiolos entrelazados a los crisantemos y a las rosas, que ahora sin sentido se marchitaban aún prendidos en aros de esparraguera y alambre.
No había nadie, ningún familiar a esas horas, ningún vigilante y la valla bajada impidiéndome el paso, tan sólo las flores y los muertos o lo que quedaba de ellos que quizá ya no eran nada, simplemente viento o aire, o lágrimas vertidas hoy o ayer o tantos días que ni el recuerdo sería capaz de enumerar.
Todo era silencio, sólo la lluvia cayendo sobre el coche y una soledad que debía ser la misma soledad de aquellos muertos.
Tenía prisa, habíamos quedado en vernos para repasar el juicio que era a las nueve. Saqué la copia de la demanda y me coloqué bajo la farola, un poco apartada del camino. Algo se veía. Apagué el motor y cerré las luces; me tenía que armar de paciencia, no había nada que hacer, sólo esperar que a las ocho abrieran la barrera. 
Los velatorios los cerraban a las diez de la noche y la administración abría sus puertas a las ocho. Toda la parafernalia orquestada alrededor de los lucrativos entierros comenzaba más tarde.
Yo sabía por el entierro de mi abuela que lo que ahora aparecía siniestramente desierto a otras horas rebosaba público. Uno realmente acongojado, otro simplemente cumpliendo un protocolo, firmar en un libro que el muerto nunca leerá y escuchar visiblemente emocionado los discursos personalizados, en capillas personalizadas, con féretros personalizados e incluso urnas personalizadas.
Pero el agua caía y la luz del alba solo hacía resplandecer la niebla. Como figuras chinescas se dibujaban los árboles, zarandeadas sus ramas por el viento. A lo lejos, como surgiendo entre el humo blanquecino de un decorado, se veía una ciudad, un pequeño pueblo de casas blancas, bien alineadas y simétricas, con sus calles mojadas y vacías.
Pero... de pronto vi la dimensión exacta de aquellos bloques de cemento y me di cuenta que no estaban tan lejos como me parecía,... de pronto, creí ver una figura humana que se movía entre aquellas casas-nichos.  Una silueta ennegrecida por las nubes grises que prolongaban aquella oscuridad matutina. Me entró pánico, e intenté dar marcha atrás, pero se caló y quede paralizada. Al otro lado, en el aparcamiento vacio, vi un coche. Era un coche grande de ruedas enormes y pensé que era de la sombra que había visto hacía unos momentos... Pero era una sombra pequeña, una sombra furtiva que no imaginaba dentro de aquel enorme 4X4; las luces potentes de sus faros inundaron de colorido el montón de flores y el haz de luz me dio de lleno en la cara.
Hice como hacen los avestruces para evitar el peligro, me agaché, estaba deslumbrada.
Pero el instinto de conservación me hizo poner el coche en marcha y girar el volante todo lo rápido que pude intentando dar media vuelta.
El todo terreno se había parado delante de la barrera y por un momento pensé que iba a embestirla, pero no esperé a verlo y marché, estaba aterrorizada.
La carretera estaba vacía y apreté el acelerador, pero oí el ruido de un motor y pensé que por la pista forestal llegaría antes a la carretera principal. Todo era lúgubre y me parecía estar viviendo una película de terror.
Había dejado de llover y un gazapo, un pequeño conejo gris, quedó paralizado ante las luces. Frené en seco y el coche, anegadas las ruedas por el barro, se deslizó hasta quedar frenado por un montón de grava y saliéndose del camino fue a chocar contra unas piedras. El topetazo no había sido fuerte pero las ruedas rodaban en el surco que habían dejado y uno de los faros se había roto. Busqué el móvil en el bolso e intenté infructuosamente conectarlo, no había cobertura a pesar de estar al lado de una torre de comunicaciones. No se oía más ruido que el del agua que de nuevo golpeaba las hojas y el de mi respiración jadeante. Intentaba tranquilizarme,... no había pasado nada, era cuestión de esperar que se hiciese de día, era cuestión de minutos.
Pensé en Carlos que con seguridad continuaba dormido, ajeno a todo.
Era cierto que desde que vivíamos juntos salía menos, alguna cena de trabajo, algún congreso, algún amigo afligido.
No he soportado nunca el olor a alcohol de los borrachos o de los bebedores. Ese olor a cazalla y a café recién consumido que tienen algunos asiduos de los bares en que apresuradamente tomo mi cortado matutino. Esa “barreja” que les permite subirse a un andamio o meterse en una mina, o soportar el frío de una obra o el calor sofocante del caucho cuando se deshace. Pero quizás aunque me hiera, es un olor esporádico, lejano, porque no soy yo la que espera tras los cristales que pase un día más con trabajo y que llegue a casa sereno y no se meta conmigo ni con los niños.
A mí me agrede ese de después de unos cubatas o de unas cervezas de importación. Ese de las ocho de la noche, de las nueve o de las tres y cuatro de la mañana. Ese del desvarío, del porque sí, del bar tras bar o antro tras antro, ese que te abofetea y te insulta sin palabras y sin gestos.
Carlos bebe porque le gusta, dice que entiende de “caldos” y yo sé que no, yo sé que lo que sabe lo ha leído en el dominical del periódico.
También sé que es un seductor nato que siempre ha gustado a las mujeres. Sé que tiene un “algo” que atrae, tal vez cierta dureza que hace que se aprecien más sus ratos de ternura.
Cuando por la noche me abraza y me dice que me “ama”, yo me dejo decir y almaceno sus palabras.