lunes, 2 de abril de 2012

III. Quién anda por ahí


Él entra más tarde a trabajar y no viene a comer porque dice que no le da tiempo. Sin embargo, yo he de dejarme el día antes la comida hecha porque tengo algunas tardes libres y me llevo los expedientes a casa. Él hace la cama y después de cenar se sienta ante el televisor absorto, con un vaso de güisqui... para relajarse.
Yo no salgo porque con este horario después me caigo de sueño. Él es lógico que salga de vez en cuando... pero un día volvió a las ocho y yo ya me había ido a trabajar. Quise tranquilizarme, mis compañeros me decían que seguro que si hubiese pasado algo grave me habría enterado. Al final me llamó una de sus colegas diciéndome que estaba con su marido tomando copas. ¡Me dio un susto de muerte!

¿Quién andaría a estas horas por ahí? ¡Qué haria ese coche allí! Algún amorio prohibido... ¡Pero no la dejaría en medio de la montaña! ¡Menos mal que desde aquí veo las luces de la autopista!
Debo estar histérica tampoco hay para tanto, si lo sabe Carlos encima me dirá que soy tonta. ¡Cuando sepa lo del coche le da algo!
Carlos tiene una hija de su primer matrimonio, a pesar de que apunta un tanto rara, debe ser la adolescencia, me cae bien porque es sincera y tiene inquietudes. Su ex-mujer es médico como Carlos, especialista de aparato digestivo, la conocí un día que coincidimos en un concierto, es muy poca cosa y algo desgarbada, pero muy dulce y tierna. Tiene la mirada triste.
Ya estaban separados desde hacía varios años cuando lo conocí.
Imaginé lo mal que se lo había hecho pasar Carlos con sus infidelidades y sobretodo “sus locuras”.
Carlos un día me dijo, así como quien dice algo natural, que era bisexual, pero que había sido una etapa de su vida, la de “las locuras” y que ahora había hecho una opción por mí.
Pero “esa etapa de su vida” fue un tormento para Carmen porque se relacionó con el marido de su hermana y también supe que con una de sus mejores amigas.
Yo de todo esto me enteré más tarde, cuando ya hacía algún tiempo que vivía con él y me había acostumbrado a sus besos y a sus abrazos. Pensé que mi amor lo había cambiado.
Siempre he sido muy liberal y difícilmente me escandalizo, pero me costó entender el morbo con el que me dio la noticia: “Soy medio hombre”
Yo creo que el sexo solo es una pincelada, que el lenguaje amoroso es algo más que sexo, que el amor es algo más que procrear y que en esa comunicación debe dar igual el sexo. A pesar de pensar eso, yo no me podría relacionar con una mujer porque me han educado así y ya es muy difícil cambiar.
Creo que hay hombres que tienen facetas femeninas y mujeres que las tienen masculinas, porque todo depende de los individuos. Así hay hombres con una sensibilidad exquisita y mujeres competitivas y activas; hombres con sentimientos maternos y amor hacía los niños y mujeres que no los tienen. Pero Carlos tiene esa sensibilidad puntillosa típica de determinadas mujeres y esa arrogancia y prepotencia atributo de los hombres; pese a ello creo amarlo con esa sinrazón que dan los sentimientos.
Carlos es a veces muy suave, pero otras me despierta de noche con su sexo y yo lo dejo hacer y le sigo el juego, dice que me quiere y eso me basta. Después ya no puedo dormir y me saltan las lágrimas pensando que me levanto tan pronto.
Creo a veces que le gusta sentirse mi dueño y poseerme y que lo hace para marcar su territorio. A veces me rebelo y pienso que no me quiere, que esto no puede ser amor.
La niebla se iba disipando y el cielo a pesar de estar gris, dejaba ver con nitidez las encinas y los robles, las enredaderas que enlazaban las copas de los altos pinos y la mullida alfombra de tornasolados colores que formaban las hojas caídas.
Decidí salir para ver los desperfectos e intenté poner grava bajo las ruedas y unas ramas. Solo un olor a goma quemada era por el momento todo lo conseguido.
Era difícil que alguien pasara por allí, pero se oía ruido de coches por la carretera y lo que seguramente era una ambulancia sonaba como un faro a lo lejos.
Me resultaba curioso oír sonar una sirena ¿Qué sentido tenía una sirena? ¿Qué urgencia tiene un cadáver? ¿Quién espera a un muerto?
Finalmente el coche se había deslizado hacia atrás y lo logré poner en marcha. Como pude deshice el camino y volví a la carretera.
Era ya otro el espectáculo. La claridad animaba el paisaje que ahora tenía más de parque que de tanatorio. Los árboles que bordeaban el camino estaban cargados de racimos de flores rosas que, como guirnaldas, adornaban el recorrido.
Decidí acercarme al recinto, ahora abierto, para llamar a mi oficina, les pediría disculpas... Llevaría el coche al taller y le pediría a Carlos que me pasase a buscar.
A lo lejos se veía bullicio y luces. Una patrulla de los Mossos desviaba la circulación.
¡Qué extraño! El corazón volvió a acelerárseme. Al pasar al lado del agente bajé la ventanilla y pregunté.
- Circule por favor ha habido un accidente.
-¿Un accidente?
- Si; por favor, circule.
Un coche mortuorio se había parado detrás de mí.
Recordé la muerte de mi padre. ¡Hacía casi veinte años! No era este cementerio sino el de la montaña de Montjuïc. Este todavía no estaba construido. No mira al mar su tumba como él quería, ni está a ras de suelo. Pero hace tiempo que sé que da igual la dirección que tengan los muertos. No he vuelto más. Solo fui aquel día que no llovía ni yo lloraba a pesar de estar inmensamente triste. Íbamos mi madre, mi abuela y yo.
El conductor, al parecer, tenía órdenes de ir el primero en la comitiva y así empezó la persecución del coche mortuorio, que no era de caballos como había contratado mi padre, sino un coche negro con una cruz y unos cristales oscuros. Tras azarosos adelantamientos, bocinazos, increpaciones a conductores y viandantes, el coche mortuorio se alejó de nosotros y nosotros nos desviamos camino del Prat de Llobregat llegando los últimos al entierro.
Recuerdo el terrible cemento con el que tapiaron el agujero y en el que mi madre hizo dejar su medalla.
- Circule por favor...
Un coche se aproximaba y uno de los Mossos llamó a su compañero.
- Es la Juez, déjala pasar
¡Un muerto!, ¡La Juez con seguridad venía a levantar un cadáver!
Me desviaron por la carretera que pasa por el cementerio judío y al final llegué a las oficinas y pregunté por todo aquel barullo que se había organizado. Una azafata de uniforme me atendió, me dijo que al parecer habían atropellado a alguien y que cuando ella había llegado acababan de encontrarlo. ,La barrera estaba rota y lo que parecía una figura humana tapada con una manta se veía en el suelo. 
La chica me explicó que creía debía ser algún familiar que habría quedado perdido por allí, ya se sabe, dijo..., algunos pierden el “oremus”, ¡igual la dejaron abandonada aquí,! comentó sonrojándose, perdone, era una broma de mal gusto, disculpe.
-¿Y el coche?. -Tal vez al hacer mal tiempo hay muchos que escogen este camino para evitar atascos. Era oscuro, tal vez no vio la barrera...

1 comentario:

josep-maria badia dijo...

difícil, complex, sensible, tendre, dur...