martes, 10 de julio de 2012

Deja tu mensaje al oir la señal. - 2 -



Ya hacía rato que había acabado y el niño de al lado me estaba poniendo nerviosa. Tenía acumulada cierta irritabilidad a cualquier sonido infantil no controlado y decidí irme. Había quedado citada con uno de los clientes a las cuatro. Además debía preparar un juicio para el día siguiente. No era muy importante pero acostumbraba a repasar concienzudamente todo mi trabajo.
Llamé a Cristina, una de mis socias. No había contraorden.
Me hacía gracia, mis compañeros de despacho, incluida Cristina, me buscaban un novio. Por ello Cristina me informaba de cualquier posibilidad. Esta vez al parecer el cliente era un atractivo empresario.
- Ponte bien guapa porque nunca se sabe. Dijo.
- Tranquila, hoy me he puesto mis mejores galas.- Le comenté divertida.
Teníamos una especie de complicidad femenina: Cristina era mas joven que yo, pero la verdad es que no se notaba demasiado. Sus gustos en lo que a hombres se refería, distaban bastante de los míos. Era de aquella generación que a pesar de los planteamientos de igualdad sexual, mantiene actitudes impregnadas del más recalcitrante machismo. Siempre me había sorprendido que no hubiese una palabra equivalente a machismo para definir la actitud femenina. Si machismo define la prepotencia típica del sexo dominante, la supeditación o subordinación pretendidamente inherente a nuestro rol sexual, no viene definida por el término feminismo, que significa luchar por los mismos derechos que tiene el varón reconocidos. Cristina entendía la igualdad como una asimilación a las actitudes masculinas. Hablaba de sexo con la misma desenvoltura que un hombre, explicando chistes subidos de tono o dándole a cualquier frase un contenido picaresco y erótico. Su ética sexual entendía de amantes y más de una mañana le había dejado la llave de mi casa para llevarse a uno de sus ligues, ya que su marido, a pesar de trabajar por las mañanas, tenía un trabajo liberal y podía presentarse en cualquier momento.
Poco a poco fui descubriendo que formaba parte del rito. Aunque lo hacía todo con el máximo sigilo, era más para que yo y los demás supiésemos de sus hazañas que por otra cosa. Nos movíamos en mundos diferentes y tenía una cierta envidia de mi "intelectualidad".
Yo todavía estaba resentida. Mis últimos escarceos amorosos me habían dejado algo maltrecha. Había salido de mi letargo emocional en varias ocasiones con amores esporádicos sin futuro.
Poco antes de marchar la menor de mis hijas y en plena crisis de readaptación, apareció un hombre en mi vida que trastocó todos mis planteamientos. Irrumpió con la visceralidad de una pasión y me dejé convencer por la suavidad de su piel. Irradiaba una cierta dureza que me atraía. Tenía necesidad de una referencia afectiva, mis hijas habían ido creciendo y me estaban dejando vacía de ternuras.
Recuerdo algunos instantes en que me sumergía en sus aguas que parecían tranquilas, cuando de pronto sus palabras rompían como olas. Crestas embravecidas que me golpeaban con su espuma hiriente.
Pero me cansé de oír sus "te quiero". Qué querían decir, ¿me quieres ? ¿Qué fueron mis "te quiero" o los suyos?. ¿Qué quieren decir cuando te dicen "te quiero"? ¿no desfallezcas?, ¿alégrame la vida ?
No pude ser yo, porque mi esfuerzo era sistemáticamente considerado un agravio. Su actitud posesiva y dominante me rebeló. Siempre blandiendo la espada del adiós hasta que fui yo quien lo dejó. Su amor era una declaración de principios, un amor histriónico en cuyo guión no estaba previsto un final feliz.
Fue curioso que muchas personas de su entorno con las que creí haber trabado amistad, desaparecieron. Al parecer como en los vinos, la antigüedad es una cualidad y me quedé sola del todo porque con él se fue todo el lote de conocidos.
Es curioso comprobar como la gente, con una temeridad envidiable juzga actos y situaciones y aplica con rigor las más duras penas cortando con cualquier lazo afectivo. Casi siempre es el más fuerte quien recibe el castigo. Vivimos en una sociedad que premia el masoquismo. Según las creencias cristianas con las que fuimos educados, Jesucristo nos amó tanto que murió por nosotros y reminiscencia cristiana-católico-romana es el dolor. Una madre cuenta el sufrimiento por los hijos como prueba máxima de amor. El más destrozado de los participantes en el juego del amor, a diferencia de otros juegos más prosaicos como el boxeo, pero no menos sanguinarios, es el que recibe todos los parabienes.
Si una viuda no llora , seguramente es que no ha querido. Si no hay luto es que no hay dolor y si no hay dolor es que no hay amor. Si un amante muere por amor lo enaltece, lo eleva a la categoría de lo sublime.
A mi nuevamente me había dejado inmersa en una especie de amnesia post-traumática que indicaba como en los accidentes la profundidad del golpe recibido.
Tenía pocos amigos ya que mis tareas domésticas y mi responsabilidad de madre-padre me habían hecho una desclasada generacional. Pocas personas de mi edad tenían hijos tan mayores y pocas con hijos mayores todavía conservaban mis inquietudes.
Es cierto que muchas veces sentía necesidad de cobijo y protección. Entonces abría la válvula de escape y lloraba y lloraba. Todos estos pensamientos me hicieron entristecer y me golpeó un dolor infinito.

El olor a las violetas me había devuelto a la realidad, no tenía una mano que coger ni un hombro donde apoyarme. Mi risa y mi llanto se acababan en mi misma y por un momento lo lamenté.
Había cogido el autobús porque seguía lloviendo, pero el olor a ozono se colaba por la ventanilla y me apeé en la parada siguiente. Fue un impulso que me dirigía hacía el mar. El olor inconfundible a sal y alquitrán me embriagaba. El agua se mecía tornasolada bajo aquella capa irisada de petróleo y suciedad. De vez en cuando un pez rompía la monotonía surgiendo boquiabierto a la superficie. Los innumerables círculos concéntricos se deshacían bajo aquella fina lluvia. Veía mi infancia reflejarse a través de aquel oscuro espejo. El agua salpicando mis pies cuando las olas rompían contra la proa de las “Golondrinas” en aquellos viajes estivales amenizados por un acordeonista. La caña y el cangrejo de rigor pescado en azarosa búsqueda por las rocas de la recién inaugurada escollera. Las plataformas de las mejilloneras con sus ristras apelmazadas de moluscos. Mis breves paseos de adolescente nostálgica, aquellas escaleras ennegrecidas que pisé tantas veces con mi padre y el mismo mar...en cambio yo no era la misma.
Llegué a casa entumecida y mojada, pero lo primero que hice al abrir la puerta fue dirigirme al contestador para ver si había algún mensaje. Solamente había uno de mi madre que me recordaba que había quedado en ir a comer a su casa y otro de Mónica, mi hija menor, que me preguntaba por la receta de un pastel.
Mi madre como siempre se metería con mi atuendo.
- Hay que ver, teniendo cosas tan monas como tienes y siempre has de escoger las que no te favorecen, dijo al abrirme la puerta. 
-¿Qué sabes de tus hijas? Parece mentira que las hayas dejado marchar de casa. Además lo sola que te debes sentir.
- Mamá son mayores de edad y no puedo hacer nada. Estoy bien sola.
- No digas barbaridades !cómo vas a estar bien sola!. ¡Ya verás lo que es la soledad !.
No me gustaba ir a comer a su casa porque siempre era la misma retahíla. Me intentaba saciar como si no fuese a comer durante años y ese fuese el único alimento que me iba a proporcionar energía para subsistir.
-¿Y no comes el pescado?
- !Mamá, si me he comido la carne!
- Bueno, después estás como estás, cadavérica igual que tu hija Mónica que seguramente tiene anorexia por seguir la moda, una moda que no favorece a nadie...
- Mamá se me hace tarde y he quedado en el despacho.
- Justo es lo que te faltaba. ¿No tenias bastante con un sueldo fijo? Muchos darían media vida por tener un trabajo como el que tenías...y más con las primas que cobrabas, que en lugar de haberlas invertido en un despacho podías haber costeado algún curso de especialización en el extranjero a tus hijas, o haberte dedicado a estar más en tu casa....
Le di un beso y me despedí.

1 comentario:

josep-maria badia dijo...

Aquest d'avui és una mica més trist. Intens, com sempre, però amb un punt de tristesa massa evident, potser. Un relat que no deixa indiferent, amb pinzellades d'un gran nivell.