Ya hacía rato
que había acabado y el niño de al lado me estaba poniendo nerviosa.
Tenía acumulada cierta irritabilidad a cualquier sonido infantil no
controlado y decidí irme. Había quedado citada con uno de los clientes a las cuatro.
Además debía preparar un juicio para el día siguiente. No era muy
importante pero acostumbraba a repasar concienzudamente todo mi
trabajo.
Llamé a Cristina, una de mis socias. No había contraorden.
Me hacía
gracia, mis compañeros de despacho, incluida Cristina, me buscaban
un novio. Por ello Cristina me informaba de cualquier posibilidad.
Esta vez al parecer el cliente era un atractivo empresario.
- Ponte bien
guapa porque nunca se sabe. Dijo.
- Tranquila, hoy
me he puesto mis mejores galas.- Le comenté divertida.
Teníamos una
especie de complicidad femenina: Cristina era mas joven que yo, pero
la verdad es que no se notaba demasiado. Sus gustos en lo que a
hombres se refería, distaban bastante de los míos. Era de aquella
generación que a pesar de los planteamientos de igualdad sexual,
mantiene actitudes impregnadas del más recalcitrante machismo.
Siempre me había sorprendido que no hubiese una palabra equivalente
a machismo para definir la actitud femenina. Si machismo define la
prepotencia típica del sexo dominante, la supeditación o
subordinación pretendidamente inherente a nuestro rol sexual, no
viene definida por el término feminismo, que significa luchar por
los mismos derechos que tiene el varón reconocidos. Cristina
entendía la igualdad como una asimilación a las actitudes
masculinas. Hablaba de sexo con la misma desenvoltura que un hombre,
explicando chistes subidos de tono o dándole a cualquier frase un
contenido picaresco y erótico. Su ética sexual entendía de amantes
y más de una mañana le había dejado la llave de mi casa para
llevarse a uno de sus ligues, ya que su marido, a pesar de trabajar
por las mañanas, tenía un trabajo liberal y podía presentarse en
cualquier momento.
Poco a poco fui
descubriendo que formaba parte del rito. Aunque lo hacía todo con el
máximo sigilo, era más para que yo y los demás supiésemos de sus
hazañas que por otra cosa. Nos movíamos en mundos diferentes y
tenía una cierta envidia de mi "intelectualidad".
Yo todavía
estaba resentida. Mis últimos escarceos amorosos me habían dejado
algo maltrecha. Había salido de mi letargo emocional en varias
ocasiones con amores esporádicos sin futuro.
Poco antes de
marchar la menor de mis hijas y en plena crisis de readaptación,
apareció un hombre en mi vida que trastocó todos mis
planteamientos. Irrumpió con la visceralidad de una pasión y me
dejé convencer por la suavidad de su piel. Irradiaba una cierta
dureza que me atraía. Tenía necesidad de una referencia afectiva,
mis hijas habían ido creciendo y me estaban dejando vacía de
ternuras.
Recuerdo algunos
instantes en que me sumergía en sus aguas que parecían
tranquilas, cuando de pronto sus palabras rompían como olas.
Crestas embravecidas que me golpeaban con su espuma hiriente.
Pero me cansé
de oír sus "te quiero". Qué querían decir, ¿me quieres ? ¿Qué fueron mis "te quiero" o los suyos?. ¿Qué
quieren decir cuando te dicen "te quiero"? ¿no
desfallezcas?, ¿alégrame la vida ?
No pude ser yo,
porque mi esfuerzo era sistemáticamente considerado un agravio. Su
actitud posesiva y dominante me rebeló. Siempre blandiendo la espada
del adiós hasta que fui yo quien lo dejó. Su amor era una
declaración de principios, un amor histriónico en cuyo guión no
estaba previsto un final feliz.
Fue curioso que
muchas personas de su entorno con las que creí haber trabado
amistad, desaparecieron. Al parecer como en los vinos, la antigüedad
es una cualidad y me quedé sola del todo porque con él se fue todo
el lote de conocidos.
Es curioso
comprobar como la gente, con una temeridad envidiable juzga actos y
situaciones y aplica con rigor las más duras penas cortando con
cualquier lazo afectivo. Casi siempre es el más fuerte quien recibe
el castigo. Vivimos en una sociedad que premia el masoquismo. Según
las creencias cristianas con las que fuimos educados, Jesucristo
nos amó tanto que murió por nosotros y reminiscencia
cristiana-católico-romana es el dolor. Una madre cuenta el
sufrimiento por los hijos como prueba máxima de amor. El más
destrozado de los participantes en el juego del amor, a diferencia de
otros juegos más prosaicos como el boxeo, pero no menos
sanguinarios, es el que recibe todos los parabienes.
Si una viuda no
llora , seguramente es que no ha querido. Si no hay luto es que no
hay dolor y si no hay dolor es que no hay amor. Si un amante muere
por amor lo enaltece, lo eleva a la categoría de lo sublime.
A mi nuevamente
me había dejado inmersa en una especie de amnesia post-traumática
que indicaba como en los accidentes la profundidad del golpe
recibido.
Tenía pocos
amigos ya que mis tareas domésticas y mi responsabilidad de
madre-padre me habían hecho una desclasada generacional. Pocas
personas de mi edad tenían hijos tan mayores y pocas con hijos
mayores todavía conservaban mis inquietudes.
Es cierto que
muchas veces sentía necesidad de cobijo y protección. Entonces
abría la válvula de escape y lloraba y lloraba. Todos estos
pensamientos me hicieron entristecer y me golpeó un dolor infinito.
El olor a las
violetas me había devuelto a la realidad, no tenía una mano que
coger ni un hombro donde apoyarme. Mi risa y mi llanto se acababan en
mi misma y por un momento lo lamenté.
Había cogido el
autobús porque seguía lloviendo, pero el olor a ozono se colaba
por la ventanilla y me apeé en la parada siguiente. Fue un impulso
que me dirigía hacía el mar. El olor inconfundible a sal y
alquitrán me embriagaba. El agua se mecía tornasolada bajo
aquella capa irisada de petróleo y suciedad. De vez en cuando un pez
rompía la monotonía surgiendo boquiabierto a la superficie. Los
innumerables círculos concéntricos se deshacían bajo aquella fina
lluvia. Veía mi infancia reflejarse a través de aquel oscuro
espejo. El agua salpicando mis pies cuando las olas rompían contra
la proa de las “Golondrinas” en aquellos viajes estivales
amenizados por un acordeonista. La caña y el cangrejo de rigor
pescado en azarosa búsqueda por las rocas de la recién inaugurada
escollera. Las plataformas de las mejilloneras con sus ristras
apelmazadas de moluscos. Mis breves paseos de adolescente nostálgica,
aquellas escaleras ennegrecidas que pisé tantas veces con mi padre y
el mismo mar...en cambio yo no era la misma.
Llegué a casa
entumecida y mojada, pero lo primero que hice al abrir la puerta fue
dirigirme al contestador para ver si había algún mensaje. Solamente
había uno de mi madre que me recordaba que había quedado en ir a
comer a su casa y otro de Mónica, mi hija menor, que me preguntaba
por la receta de un pastel.
Mi madre como
siempre se metería con mi atuendo.
- Hay que ver,
teniendo cosas tan monas como tienes y siempre has de escoger las que
no te favorecen, dijo al abrirme la puerta.
-¿Qué sabes de tus
hijas? Parece mentira que las hayas dejado marchar de casa. Además
lo sola que te debes sentir.
- Mamá son
mayores de edad y no puedo hacer nada. Estoy bien sola.
- No digas
barbaridades !cómo vas a estar bien sola!. ¡Ya verás lo que es la
soledad !.
No me gustaba ir
a comer a su casa porque siempre era la misma retahíla. Me intentaba
saciar como si no fuese a comer durante años y ese fuese el único
alimento que me iba a proporcionar energía para subsistir.
-¿Y no comes
el pescado?
- !Mamá, si me he
comido la carne!
- Bueno, después
estás como estás, cadavérica igual que tu hija Mónica que
seguramente tiene anorexia por seguir la moda, una moda que no
favorece a nadie...
- Mamá se me
hace tarde y he quedado en el despacho.
- Justo es lo
que te faltaba. ¿No tenias bastante con un sueldo fijo? Muchos
darían media vida por tener un trabajo como el que tenías...y más
con las primas que cobrabas, que en lugar de haberlas invertido en un
despacho podías haber costeado algún curso de especialización en
el extranjero a tus hijas, o haberte dedicado a estar más en tu
casa....
Le di un beso y
me despedí.
1 comentario:
Aquest d'avui és una mica més trist. Intens, com sempre, però amb un punt de tristesa massa evident, potser. Un relat que no deixa indiferent, amb pinzellades d'un gran nivell.
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