sábado, 22 de diciembre de 2018

Hoy tocaré el mar...




Hoy iré a la playa y tocaré el mar
dejaré que las olas rocen mis zapatos
veré al horizonte despertar entre brumas
y sentiré el crepitar de la hoguera que se enciende a lo lejos 

Alguna gaviota cruzará el aire
algún barco romperá lento las serenas aguas
un delicado viento traerá su sonrisa de espuma 
que se deshará suave en la reluciente arena

Amanecerá y resurgirá el mundo de su oscuro silencio
saltarán alegres las diminutas gotas que golpean las rocas
llegarán sonidos y el eco de voces lejanas 
la playa desierta esperará mis pasos

Caminaré entonces junto a la ribera
con árboles dorados de trémulas hojas
con flores amarillas que se abren ajenas al tiempo que toca
con miradas que ni hablan ni dicen
y me asaltarán nostalgias… 

de tiempos perdidos
de abrazos y besos que me suenan lejanos
de amigos que fueron
de seres ausentes que el tiempo y el olvido
enterraron lejos
de palabras dichas que nunca dijeron
de discursos absurdos que a nadie llegaron
de adioses sin señas
de dolor sin duelo

Solo queda tirar adelante 
esperar que la piel aguante otro invierno 
que el corazón resista los nuevos embates
y que queden primaveras para llenar el vacío

miércoles, 5 de diciembre de 2018

La ciudad a mis pies.








Nosotros vivíamos en una de las calles más amplias de la Izquierda del Ensanche, aquel barrio que había añadido dos o tres pisos más a los antiguos edificios gracias al inefable alcalde Porcioles, pisos que eran de construcción muchísimo más pobre, sin balcones, marcando una total división, no solo arquitectónica sino también generacional con el resto de inquilinos. Los pisos bajos eran ocupados por familias de toda la vida: catalanes de origen, familias nucleares que convivían puerta con puerta con hermanos y padres, cuando no en la misma vivienda.
Los nuevos vecinos o eran hijos que se habían casado y tenían a los padres unos pisos más abajo o funcionarios que habían obtenido plaza en Barcelona, unos cuantos jubilados, incluso unos actores que, viviendo en el ático y teniendo una habitación menos, convivían con los abuelos y cuatro hijos en un piso de unos cincuenta metros cuadrados.
Yo había dejado atrás árboles y libélulas, fuente, escaleras y aquellos gusanos de seda que unos vecinos cercanos cultivaban como negocio para paliar la falta de ingresos de un padre alcohólico y que, en alguna visita obligada, observaba que acababan envueltos en una espesa tela con capullos de seda de suaves colores y alguna que otra peluda mariposa que daban a la estancia una visión aterradora para mí, que solo pensaba en que me caerían sobre el pelo y me devorarían sin más. 
También es cierto que la misma repulsión que me producían a mí se la producían a mi madre, que más que repulsión era terror, por lo que cualquier mariposa peluda y que encima revolotease provocaba que se escondiese, perdiendo totalmente la compostura. Así pues, mi llegada a ese pequeño pero luminoso piso, sin peligrosas escaleras y sin la histeria de mi madre (aunque, bueno, daría lugar a nuevas histerias), de momento me daba tranquilidad.
Nosotros vivíamos en el quinto piso, que era en realidad un séptimo ya que el edificio tenía entresuelo y principal, y para nuestra desgracia los niños no podíamos utilizar el ascensor; no solo por la prohibición, sino porque en mi caso y en el de mi hermano, no llegábamos al botón.
Mi hermano y yo estábamos acostumbrados a un jardín, a pelearnos por un triciclo y a jugar al aire libre y aquella nueva situación puso más en evidencia la preferencia materna, la misoginia de mi hermano potenciada o producto de la terrible desigualdad entre los sexos que se vivía en aquella época. Mi hermano tenía mi misma edad, era rubio y con cara angelical y había nacido varón; es decir, había nacido para ser continuador de la estirpe paterna y, lógicamente, mi destino era el de ser consorte. 
Pasábamos el tiempo aburridos en casa (en mi caso, recibiendo las gracias de mi hermano que eran acabar haciéndome daño) o subiendo a la azotea que era el único aliciente en aquel tiempo. Mi hermano se dedicaba a hacer “Sputniks” con papel de plata y alguna mosca a la que, a pesar de mis intentos, acababa chamuscando. Solo había niños ya que las niñas eran o más pequeñas o mayores que vivían en los pisos inferiores y a las que no dejaban subir. Tuve que acostumbrarme a sus juegos, al “manos arriba” con unas pistolas de agua o hacer de caballito de mi hermano que, encima, se hacía el muerto. Lo que sí disfrutábamos juntos era haciendo una cometa de una escoba vieja, un periódico, engrudo (una mezcla de agua y harina), una cuerda y unos trapos viejos para la cola... ¡y volaba! Lógicamente, quien dirigía todas las operaciones era mi hermano y mi tarea consistía en sostenerla hasta que se elevaba. Mientras mi hermano jugaba con sus amigos y me dejaba de lado por ser “niña” (el máximo insulto era llamarle “nena”), yo tenía que conformarme con jugar con ellos o con mi gato y mis muñecas. Recuerdo que en esa azotea había una especie de habitáculo en el que estaba el motor del ascensor y que disponía de una escalera de barras de hierro pegada a la pared que llevaba a la puerta a la se accedía; ni que decir tiene que a los seis o siete años debía ser muy peligroso y creo que mi madre nunca supo que, mientras mi hermano y sus amigos se dedicaban a corretear, yo subía allí con mi muñeca y me quedaba viendo el atardecer contemplando la ciudad a mis pies. Todavía huelo aquel aire fresco y veo el Tibidabo recortado a lo lejos y la montaña de Montjuic mientras paladeaba aquellos instantes de libertad y soledad que siempre me han acompañado.

martes, 4 de diciembre de 2018

El olor del ayer.







Cuando era pequeña, mi madre me enviaba a buscar los zapatos al zapatero que estaba cerca de mi casa. Estaba en lo que en su tiempo fue la garita de una portería y, aunque de pequeñas dimensiones, le permitía tener limadoras, cepillos, martillos, cajas de clavos…, y un montón de zapatos. Era bajito, con grandes entradas y siempre que iba tenía todavía que pulirlos o limpiarlos y me entretenía con su conversación. Se había casado por poderes y me explicaba que, tras su duro trabajo, deseaba para sus hijos un futuro mejor. A mí me fascinaba cómo recortaba la goma de las suelas o cómo clavaba los clavos en los tacones y cómo les pasaba el cepillo hasta dejarlos relucientes; el olor a betún que escondía cualquier mal olor y envolvía el ambiente, las manos tiznadas y la rapidez de unas cuentas hechas con tiza en la reluciente suela que no acostumbraban a subir más de una cifra; después las envolvía en una hoja de periódico y yo volvía a casa oliendo a zapatos y a betún, encantada

viernes, 14 de septiembre de 2018

Un vendaval me azota.

Pasan los años...




Un vendaval me azota
y se lleva mis años
arrancando las hojas 
en ese calendario 
con tareas y fechas pendientes
de ese mañana 
que ya nunca espera

No plantaré un árbol
no habrá una piel suave 
en la que depositar mis besos
ni abrazos ni frases 
ni recogeré las hojas
de los árboles vencidos
que ya a nadie importan

No guardaré recuerdos 
que después amanecen tirados 
entre fotos y cartas 
con telarañas de polvo
y montones de sueños
que sin dueño y sin amo
yacen en el suelo

No recordaré ayeres 
no recompondré más puzles
no haré más pasteles con velas 
ni cantaré nanas 
ni dibujaré paisajes
de chimeneas con humo
y ovejas a los lejos

Serán iguales mis horas
quedarán mis palabras sin eco
mis versos sin letras
mis ojos sin lágrimas
mis brazos vacíos
sin historia y sin nada
con solo el silencio

Un vendaval me azota.

viernes, 31 de agosto de 2018

Pobre barquilla tuya.

Godella.
"Pobre barquilla mía,
entre peñascos rota,
sin velas desvelada,
y entre las olas sola"

Lope de Vega.

 D.E.P, tío Paco. 28/8/2018

No será lo que esperabas
no te recibirán con trompetas celestiales
ni con temibles castigos
solo será la calma
de esa noche sin amanecer
que engullirá tu mar
y tus temores para siempre

Sin tu voz perdí el amarre
la voz callada que escuchaba
la voz que quería saberlo todo
y me agotaba

Conmigo descubriste la belleza de las cosas
escondida tanto tiempo
las fachadas de las casas
los árboles enormes de las avenidas
las flores de los balcones y parterres...
Aprendiste a oler el aire
a respirar la vida a pulmón abierto
a mirar al cielo
Pero…
se acercaba la muerte despacio
dejándote sin pasos y sin palabras
y afloraron de nuevo tus perjuicios
y te llamaron a la puerta tus miedos
tus renuncias
tu vida perdida
tu fe
tus tabúes
tus contradicciones
mis ideas
y fuiste tormenta que azotaba y hería
dejando a tu pequeña barca sin puerto
navegando al pairo con las velas rotas
por la vida y el tiempo
Te has ido sin verbo y sin gesto
para al final cerrar los ojos
y dejarme este terrible vacío que me ahoga.

miércoles, 8 de agosto de 2018

Ausencias.




Por mucho que vuestra indiferencia golpee y hiera
incluso mate aquí estaré fiel a mis principios
hasta la tumba o hasta las raíces de ese árbol
que aún no sabe que llevarán sus hojas mi esencia
Por mucho que olvidéis y que no haya infierno
en un atisbo de lucidez os llegará el lamento de mis palabras 
olas embravecidas que lamerán vuestra memoria 
hasta descarnar vuestro silencio

Agosto 2012.

domingo, 5 de agosto de 2018

Necesito esas miradas.



Añoro las miradas del amanecer
esas todavía soñolientas empapadas de sueños
que se abren como la mañana
reflejando en sus mares de aguas tranquilas
la paz y la calma

Añoro las miradas que trascienden
que dejan un poso de sosiego
y aunque les llueva y truene 
descansan serenas en la playa
con conchas y estrellas y alguna que otra rama

Añoro las miradas que dicen
las miradas que hablan
que susurran recuerdos y rezuman ternura
que comparten emociones
que acarician y aman sin palabras ni frases

Añoro las miradas alegres
las que ante la injusticia se alzan
las que se conmueven 
las que parpadean ante el dolor ajeno
las miradas cómplices que nunca se apartan

Añoro las miradas que nunca envejecen
que miran de frente y que no esconden nada
las que son valientes
las que se acompañan de solidaridad y esfuerzo
sin girar la cara

Añoro las miradas amigas
las que nunca ceden y no se acobardan
las que sin palabras comprenden tus gestos
las que cuando tienes frío 
te arropan y abrazan

Añoro las miradas inquietas que buscan
aquellas que ven cuando miran
las que no se conforman 
las que buscan la verdad
en la duda que surge 

Añoro esas miradas…
















viernes, 27 de julio de 2018

La frágil memoria no sabe de muertos.





Se escondió el horizonte 
que dibujaban tus brazos
me envolvió tu lluvia de silencios
de bocas sin risas de recuerdos sin dueño

Las nubes se acercan con su gris cargamento
de reproches sin voz 
de palabras sin gestos
y suena mi llanto al son de los truenos

El viento zarandea mis ramas 
y se lleva las hojas
me arranca de cuajo las cuatro raíces 
que todavía quedaban 

Se ahondan mis surcos se crispan mis manos
contra esa amnesia pausada y lenta que lo engulle todo
no sirven caminos
no sirven razones ni cariño ni esfuerzos 

Una gruesa fosa enterrará mi historia
se olvidará mi nombre 

La frágil memoria no sabe de muertos

lunes, 12 de marzo de 2018

¡Pescaíto! ¡Nada en paz!!




Navegas ya en el mar etéreo que deja la tristeza
empujado por ese sordo dolor que zarandea y hiela
Incomprensible ese truncar tus sueños
ese saber que duermes para no despertar nunca
ese no entender cómo se puede herir de tal manera
cómo se han cerrado tus risueños ojos
que no sabrán de mañanas ni de ayeres
pero tu mirada nos queda anclada para siempre
entre el desgarro y la impotencia 

¡Pescaíto! ¡Nada en paz!